A continuación, presentamos la columna de opinión del escritor y profesor antofagastino, Francisco Javier Villegas, publicada en El Mercurio de Antofagasta el 3 de agosto de 2023.
Quien ama la vida, ama el cine. Esta frase usada en muchas partes como slogan destinado a estimular a los espectadores para que acudan a las salas de cine, lleva camino de convertirse en una gran verdad. El cine, dicen, representa la magia por esa especial capacidad que tiene un cinematógrafo para llegar a tantas personas de forma directa, metafórica y esencial que otras artes. Mucho más que lo que se despliega en una pantalla lo que ocurre es que en el cine se desplaza una parte de nuestra vida y el truco, de esa magia de lujo, es que se comparten experiencias con otros espectadores a través de ese sincero y reverberante haz de luz lleno de fotones.
Tras un largo periodo en que las salas de cine de Antofagasta se vinieron abajo, con sus inevitables desajustes y fricciones, en una estructura social que no privilegia lo estético ni lo artístico para ayudar a entendernos en nuestra condición humana, es estimulante saludar lo que ocurre con el espacio “Esquina retornable Cine club + Arte”, que liderado por la periodista, cineasta y gestora cultural, Francisca Fonseca, está apostando para que esa magia se constituya también en una experiencia vital que genere conexiones estéticas y humanas para un diálogo semántico y de contenido reflexivo.
Con prácticamente cinco años como espacio cultural, por su sala han circulado obras importantes, realizadores, charlas y presentaciones de directores, funciones escolares, ciclos temáticos de autores y filmes y diálogo de cinéfilos que, en la actualidad, son esplendorosamente necesarios para descubrir no solo la imaginería y las perspectivas; sino, también, para descubrir la serie de fantasías, los mecanismos que hacen posible los efectos visuales y sonoros, la tipología del color y las conexiones que resultan cuando, desde una sala, se interconectan personas, creencias y gustos por el cine.
Y tanto es así, convengamos, que la creación cinematográfica y su difusión es parte de una actividad colectiva en la que intervienen múltiples afanes y personas. Entre estas, hay un eco que se comprueba en la conducta, en el trabajo, muchas veces, paciente y de bajo perfil, que con el gusto cinéfilo y la persistencia retiniana asisten a colaborar en el florecimiento de un cine alternativo, testimonial de este tiempo y de otros facilitando la toma de conciencia en el espectador. Desde aquellos días en el espacio de las ruinas de Huanchaca al hoy, en pasaje El Tabo, del barrio Playa Blanca, ha habido un caudal de experiencias: la audiencia de amigos por esta sala de cine no ha sido al azar, la comunidad de personas que aprecian ese proceso entrañable de sentarse en una sala de cine en sus distintas formas estéticas tampoco ha empezado en el momento de asistir a ella. Es claro y evidente que cuando sobreviene el esfuerzo y la generosidad persistente por ofrecer a la comunidad esta sala de cine, que conecta hacia el mundo del barrio, a los adultos mayores y, también, a los jóvenes, estudiantes y escolares como un gran arco iris que encumbra la amistad por las artes, el propio lugar se constituye en un espacio donde, en diversos días de la semana, se comparten los afectos y la pasión por el cine y se transforma, también, en una oportunidad de ver un cine distinto en una huella cultural y de conversación que es absolutamente necesaria para la resonancia del arte y una oportunidad ventajosa, en la lectura de la realidad y ficción, en nuestras vidas.